Nervios y expectación. Todo está listo y no he olvidado ningún detalle importante. El resto, sobre la marcha. Mi primera charla sobre el acoso escolar.
Mientras entran los chavales y se sientan en el aula de audiovisuales recapitulo cómo he llegado hasta allí: Gracias a una alumna que me dio la idea y me animó; gracias a su madre que removió cielo y tierra para poder dar la charla en el colegio.
El tiempo y las ideas invertidas, los profesionales y amigos consultados. Las opiniones sinceras de algunos de mis alumnos sobre el trabajo. La búsqueda de material, el contraste de información, unir todas las aportaciones en un todo coherente.
Vamos a ver qué tal sale.
La sala está casi llena. Los chavales, expectantes. Un profesor me presenta a la audiencia. ¡Empezamos!
Comienzo la exposición y veo cómo capto la atención del alumnado. A medida que se va desarrollando la charla los que estaban recostados en el asiento se inclinan hacia adelante. Ojos abiertos, alguna boca abierta, gesto serio. El mensaje llega.
Mientras se ven algunos vídeos de apoyo a la presentación me dedico a observarles. Continúa el interés. Caras de reflexión. Sigue la atención como al principio.
Acabo la presentación. Silencio reflexivo. El tiempo bien medido. Turno de preguntas y dudas. Preguntas inteligentes y preocupadas.
El profesor finaliza el acto. Aplausos de los chavales. Les ha gustado. Les ha impactado. Objetivo conseguido. Los profesores se despiden agradecidos.
Después de un café, el segundo turno. Esta vez la sala está llena. Mismo resultado. ¡¡Un éxito!!.
Al salir del colegio, felicitaciones de profesores. Alumnos y alumnas me comentan lo mucho que les ha gustado. Me cuesta creerlo.
Salgo agradecido, satisfecho y feliz. Las horas de esfuerzo e ilusión dan su fruto.
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